Imaginariamente viajo en el tiempo y recuerdo cuando éramos niños y visitábamos este campo a las afueras de Quito. Pasábamos el día en un gran descampado. Nos albergaba únicamente un refugio hecho de bloque, madera y teja. Era una pequeña cabaña rústica en medio de la nada, sin edificios ni agresiones materiales que contemplar. Teníamos además, una casa en el árbol hecha de pingos y tablas de monte. Era nuestro refugio, al que subíamos todo el tiempo para contemplar el maíz y las vacas del lugar. Por años fue nuestro campo y, por un largo tiempo, también pasó huérfano, hasta el día en que mis primos comenzaron a llegar a él. 

Lo rural, impreciso y artesanal de los vestigios del sector es mi gran repositorio de ideas para proyectar una arquitectura de pequeña escala, ligada a un paisaje que ha cambiado mucho a causa del crecimiento poblacional. En este panorama residual intento decodificar texturas y colores, así como construcciones y ruinas anónimas que componen un gran atlas visual de cosas raras y singulares. Aquí descubro la audaz y, a veces, inadmisible combinación de materiales que parecieran carecer de reglas; simplemente se adaptan a un sentido común que guía hacia otras dimensiones no catalogadas de la arquitectura. 

Para este proyecto he tratado de configurar un rompecabezas de fijaciones y recuerdos. Por una parte, reconstruir la idea de una arquitectura más vernácula, lugareña, que poco a poco se ha borrado a causa del desarrollo en el valle, reemplazada en sus alrededores por una tipología intrusa y en serie. Por otra, conmemorar la cabaña que se construyó en la propiedad de la abuela: un espacio único, pequeño, con un leve desnivel al interior que delimitaba una zona para dormir y otra de estar y, al exterior, abierto y cubierto, un espacio para contemplar los maizales y resguardarse del sol y de la lluvia, un refugio básico fundido en el campo. 

El Camarote, es el nombre que en el transcurso del proceso adquirió el proyecto, en especial por su aproximación a los microespacios, habitáculos de viaje donde todo es compacto y público. Está implantado en una pequeña fracción del gran lote y germina desde un árbol ya canoso, un viejo tilo frondoso y dominante, al cual simbólicamente se le sutura la propuesta. Debido a la superficie limitada, el proyecto busca optimizar un porcentaje justo de la parcela y establecer contactos estratégicos con el resto de la vegetación, la cual se mantuvo intacta de inicio a fin.
La propuesta está pensada para una familia corta que seguramente crecerá en un futuro y que, por el momento, no requiere abundancia de espacios encerrados. Al contrario, necesitan espacios flexibles que puedan estar abiertos o cerrados, según el nivel de privacidad que se requiera. Es así cómo nació la voluntad de plantear mecanismos rudimentarios de abertura y brindar una democracia en los niveles de intimidad.  Photo 1 of 18 in El Camarote House by JAG Studio

El Camarote House

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Imaginariamente viajo en el tiempo y recuerdo cuando éramos niños y visitábamos este campo a las afueras de Quito. Pasábamos el día en un gran descampado. Nos albergaba únicamente un refugio hecho de bloque, madera y teja. Era una pequeña cabaña rústica en medio de la nada, sin edificios ni agresiones materiales que contemplar. Teníamos además, una casa en el árbol hecha de pingos y tablas de monte. Era nuestro refugio, al que subíamos todo el tiempo para contemplar el maíz y las vacas del lugar. Por años fue nuestro campo y, por un largo tiempo, también pasó huérfano, hasta el día en que mis primos comenzaron a llegar a él.

Lo rural, impreciso y artesanal de los vestigios del sector es mi gran repositorio de ideas para proyectar una arquitectura de pequeña escala, ligada a un paisaje que ha cambiado mucho a causa del crecimiento poblacional. En este panorama residual intento decodificar texturas y colores, así como construcciones y ruinas anónimas que componen un gran atlas visual de cosas raras y singulares. Aquí descubro la audaz y, a veces, inadmisible combinación de materiales que parecieran carecer de reglas; simplemente se adaptan a un sentido común que guía hacia otras dimensiones no catalogadas de la arquitectura.

Para este proyecto he tratado de configurar un rompecabezas de fijaciones y recuerdos. Por una parte, reconstruir la idea de una arquitectura más vernácula, lugareña, que poco a poco se ha borrado a causa del desarrollo en el valle, reemplazada en sus alrededores por una tipología intrusa y en serie. Por otra, conmemorar la cabaña que se construyó en la propiedad de la abuela: un espacio único, pequeño, con un leve desnivel al interior que delimitaba una zona para dormir y otra de estar y, al exterior, abierto y cubierto, un espacio para contemplar los maizales y resguardarse del sol y de la lluvia, un refugio básico fundido en el campo.

El Camarote, es el nombre que en el transcurso del proceso adquirió el proyecto, en especial por su aproximación a los microespacios, habitáculos de viaje donde todo es compacto y público. Está implantado en una pequeña fracción del gran lote y germina desde un árbol ya canoso, un viejo tilo frondoso y dominante, al cual simbólicamente se le sutura la propuesta. Debido a la superficie limitada, el proyecto busca optimizar un porcentaje justo de la parcela y establecer contactos estratégicos con el resto de la vegetación, la cual se mantuvo intacta de inicio a fin.
La propuesta está pensada para una familia corta que seguramente crecerá en un futuro y que, por el momento, no requiere abundancia de espacios encerrados. Al contrario, necesitan espacios flexibles que puedan estar abiertos o cerrados, según el nivel de privacidad que se requiera. Es así cómo nació la voluntad de plantear mecanismos rudimentarios de abertura y brindar una democracia en los niveles de intimidad.